El Estado argentino se encuentra inmerso en un presente continuo donde prevalece la ejecución por sobre la planificación y evaluación de las políticas públicas. El gran desafío que nos encontramos en la práctica es cómo introducir comportamientos innovadores que rompan con la inercia burocrática de auto-mantenimiento sin un aparente rumbo estratégico. El límite al cambio es claramente político y veremos cómo la adopción de tecnologías aplicadas puede llegar a forzar el cambio cultural que necesitamos para tener un mejor Estado.

Las llamadas reformas de primera generación redujeron el aparato estatal y redefinieron tanto su papel como las fronteras de la sociedad a partir de los distintos procesos de privatización, descentralización, desregulación y tercerización. El fracaso del Consenso de Washington dio lugar a la segunda generación de reforma a través de las cuales se busca mejorar la gestión introduciendo nuevos valores y conductas en la administración. En este caso, el objetivo es más complejo, ya que no se trata de minimizar el Estado sino de transformar la cultura y herramientas de gestión prevaleciente. Desde lo político muchas veces se elude aplicar soluciones tecnológicas en su propio ámbito institucional porque se teme quedar prisionero de sus eventuales consecuencias; de la misma manera que no se termina de instaurar la carrera administrativa profesionalizada y el empleo público sigue abierto al reconocimiento de favores o lealtades partidarias.

En este sentido, sabemos que el contexto de la sociedad del conocimiento genera una nueva lógica organizativa a partir del cambio tecnológico. Así como la empresa cambió su modelo de organización y reemplazó la producción fordista en serie por una más flexible y horizontal, el mejoramiento de los sistemas de información en el Estado también podrían abrir oportunidades para la solución de los problemas de la gestión y la provisión de servicios públicos.

Partimos de un reconocimiento teórico de que las tecnologías disponibles podrían resolver los problemas de burocratización existente, pero recurrentemente nos chocamos con una lógica política dominante que sostiene que las transformaciones de las pautas culturales son inútiles (para su propia subsistencia). Es por ello que en este espacio nos proponemos pensar estrategias integrales, actuar coordinadamente y seleccionar las prioridades de innovación para que, a través de buenas prácticas concretas y medibles, podamos acercarnos al ideal de una sociedad en red más transparente y participativa no sólo como promesa posible desde lo tecnológico, sino como realidad deseable desde lo político y social.